Con un calor infernal y una afluencia de público muy notable se subían Joe Satriani y su banda anoche al escenario al aire libre del MadGarden Festival, en el Real Jardín Botánico Alfonso XIII del campus de la Complutense. Justo tras el ocaso y en el día de su cumpleaños (como bien se encargaron sus compañeros de recordarle) el virtuoso estadounidense arrancó uno de los numerosos conciertos de presentación de Unstoppable Momentum (2013) que ha dado en nuestro país. Podéis ver todas las fotos que sacamos del evento al final del post o en nuestro álbum de Flickr.
Este guitarrista parece polarizar enormemente las opiniones que hay respecto a su persona y su música: dónde unos lo consideran el genio incuestionable de la guitarra eléctrica actual, otros lo ven como un aburrimiento repetitivo que ni siente ni emociona. Personalmente opino que, si bien no son sus discos algo que escuche a diario, su directo si que se trata de un evento imprescindible para a quien le guste el rock en general, y para quien haya tenido alguna vez un instrumento con mástil y seis cuerdas alguna vez entre las manos en particular. Bajo mi punto de vista, Joe Satriani es principalmente un virtuoso, un músico cuya principal cualidad es ser capaz de hacer cosas que la mayoría no pueden. Y, obviamente, hacerlas como Dios y durante mucho tiempo. No puedo negar que su música, salvo excepciones, no me produce intensas emociones (como si lo hacen las composiciones de muchos grupos de post-rock, que poco tienen que ver con lo que crea este señor): para mi la emoción del asunto reside en la calidad como músico, ya no solo de Satriani (que es demencial), sino de la banda que le acompaña.
Satriani y su banda salieron a tocar como un rodillo, sin concesiones y, especialmente el carismático guitarrista, con una sonrisa gigantesca pintada en la cara. De esos gestos que da gusto ver y que te dan a entender que quién está sobre el escenario está pasándolo casi tan bien como los que están debajo: no siempre sucede. Con contundencia y autoridad empezaron a sonar Jumnpin’ In y Devil’s Side rebosantes de la autoridad y solvencia de quien las tiene todas consigo. Tal vez ese fue el único punto débil que le encontré al recital, de hecho: la sensación de que en ningún momento Satriani se dejaba la piel sobre el escenario (podría una decir que el artista no se despeinó, pero no sé si aportaría algo al párrafo). Hacía que cada punteo, cada bending parecieran sencillos, aunque el chorro de efectos que salían de sus guitarras (todo un arsenal de ejemplares de Ibanez que no sé qué modelos serían pero que sí presentaban un abanico de sonidos variados y diferenciales, desde texturas más metálicas y duras hasta algunas un poquito más “grasientas”) dejaba claro que lo que estaba haciendo este señor estaba solamente reservado a unos pocos maestros.
Durante algo más de hora y media el concierto fue un recital interminable de riffs demenciales y solos de guitarra encadenados hasta el infinito. Las florituras no parecían tener fin y, para gloria de los asistentes, el sonido acompañaba a la perfección, dejando distinguir con claridad los matices guitarreros del maestro. No obstante, no se puede olvidar la extraordinaria calidad de los tres músicos que acompañaban a Satriani, Marco Minnemann, Brian Beller y Mike Keneally. Los tres tuvieron minutos de gloria con espacio y tiempo para hacer sus solos. Yo creo que de los asistentes a esta gira el que quedará grabado a fuego será el que se marcó el batería, Marco Minnemann, de más de tres minutos de electrizante y divertida percusión. Hay que ser muy bueno para aguantar un solo de batería tan largo y conseguir poner al público el pie de manera unánime con ello, y este tío lo consiguió con creces.
Por lo demás, muchas canciones del último disco, de la que destacaría especialmente A Door Into Summer, que sonó vibrante y divertida. Por supuesto, reservadas para los últimos compases del concierto Always With Me, Always With You y Summer Song que llevaron a un final en puro éxtasis, en el que el público no tuvo problemas a la hora de corear las respuestas a los punteos de Satriani que, para rematar, acabó la actuación con la enorme peluca roja de uno de los payasos que se subieron al escenario a felicitarle el cumpleaños durante los bises.
Un concierto, en resumen, imprescindible, al que solamente le encontré un par de problemas: el primero, el persistente olor de los baños químicos en todo el recinto (bastante desagradable) y la ausencia absoluta de transporte público, al menos para dejar a la gente en Moncloa (el metro de Ciudad Universitaria está cerrado) al término de éste. Pero, obviando eso, una gozada disfrutar de esta leyenda viva de la guitarra con una buena calidad de sonido y en un recinto que, en cuanto se puso el sol, se estaba bastante bien.
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